Durante muchos años en occidente la respuesta ha sido las ansias de libertad y en la superioridad económica del capitalismo. Bien, ¿pero son suficientes estas explicaciones? La cuestión es que Occidente se ha mantenido allí donde el comunismo se ha hundido. El autoritarismo ha fracasado porque los regímenes de partido único tampoco han podido definir un interés público trascendente, salvo en términos de su propia continuidad en el poder, y eso era muy poco convincente, incluso para ellos mismo.
La crisis del comunismo solo puede ser entendida en el marco de una perspectiva más amplia de la transformación social y política de las décadas finales del siglo XX. Estos dimensiones económicas han comportado la enorme expansión de los flujos de capital y la interconexión de los mercados financieros, la relocalización de la industria, el crecimiento de los servicios y de las comunicaciones y las migraciones masivas. Sus dimensiones culturales han implicado un nuevo énfasis en el lenguajes como eje matriz de la organización social. Estos desplazamientos en el terreno de las mentalidades y la tecnología han socavado la arquitectura de clases e identidades que estructuraron la vida cívica hasta los años 60 del siglo XX. Han hecho más difícil la agregación política de los intereses en conflicto tanto para los partidos democráticos como para los autoritarios. A la vista de ello, los ajustes de mercado sustituyen al pleno empleo y a la mayor desigualdad como principio regulador de la vida pública en todo Occidente.
Esto no significa que la política autoritaria no pueda tener su retorno. Pero si volviera la dictadura se vería obligada a encontrar un nuevo principio, más allá de la fuerza, para dar satisfacción a las demandas de la sociedad civil. Pero, esperemos que la democracia haya triunfado con la suficiente fuerza como para quedarse durante mucho tiempo.