«En mi principio está mi fin. Una tras otra,

las casas se levantan y caen, se derrumban, se amplían,

son repuestas, derruidas, restauradas, o en su lugar

se extiende un descampado, o una fábrica, o una circunvalación.

Viejas piedras en nuevos edificios, vieja leña en nuevas hogueras,

nuevas hogueras en ceniza, y ceniza en la tierra

que ya es carne, pellejo y heces,

huesos humanos y animales, tallos de trigo y hojas.

Las casas viven, mueren: existe un tiempo para edificar

y otro para la vida y la generación,

y otro para que el aire rompa el vidrio desportillado

y sacuda las tablas donde corretea el ratón de campo

y el raído tapiz que exhibe su callado lema.

En mi principio está mi fin. Ahora cae la luz

a lo largo del descampado, desertando la senda

acechada de ramas, en la penumbra de la tarde,

donde el talud te acoge al paso de la furgoneta,

y la senda persiste en dirección

al pueblo, hipnotizada en el calor

vibrante. En la calina, la piedra gris absorbe,

no refracta, la luz encandecida.»

Escrito por Oscar Cruellas

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