El hombre, para San Agustín, se caracteriza por una actitud de búsqueda constante que lo lleva a autotranscenderse, a buscar más allá de sí mismo. Este impulso de autotranscendimiento no tiene lugar solamente en el ámbito del conocimiento, sino que también tiene lugar en el ámbito de la voluntad.
El hombre busca la felicidad. Para San Agustín, el hombre ha sido hecho de tal modo que «no puede ser ella misma el bien que la haga feliz». El hombre se ve obligado a autotranscenderse ya que «solamente puede hacer feliz al hombre algo que sea más que el hombre mismo» y esto, según San Agustín, no es otra cosa que Dios. Para San Agustín, la felicidad se halla en el amor de Dios. En toda esta argumentación, San Agustín omite toda distinción entre lo Racional y la Creencia.