«Si la pertenencia a una determinada nacionalidad no es más que una característica eterna del hombre otorgada por el mismo Dios, y si, además, la nacionalidad es presentada como un designio, entonces los pueblos en su conjunto quedan libres del veredicto de la Historia, puesto que nada de la que ha acontecido en el contexto de su realidad histórica -conquistas, migraciones o éxodos- logrará cambiar ni un ápice ese «destino» histórico. Su conciencia nacional se ha convertido, pues, en algo independiente y ajeno a las realidades históricas y políticas. Pero mucho más trascendental resulta el hecho de que ese carácter de designio genera una distancia insalvable entre el propio pueblo y los demás pueblos, distancia que anula no sólo cualquier diferencia entre los demás pueblos, sino también cualquier diferencia social, económica y psicológica entre los miembros del propio pueblo, de tal forma que se produce una tendencia «masificado» uniforme y totalitaria que hace que el individuo se considere a sí mismo como un mero ejemplar de una determinada especie»
Hannah Arendt : «Lo orígenes del totalitarismo»
Lo más llamativo de esta frase reside en que en ella el pasado se convierte en presente. Lo más actual de este mensaje es su advertencia de los peligros que entraña una nueva masificación del individuo si la cuestión nacional desemboca en una identidad que no esté fundamentada de forma concreta en la Historia.