Después del triunfo de la revolución rusa en febrero de 1917, el socialismo español tomó nuevo impulso. Al descontento de los obreros se unió la inquietud de otros dos grupos sociales: por un lado, la oficialidad del Ejército se agrupó en las llamadas Juntas de Defensa, movimiento del sindicalismo castrense a través del cual los militares querían defender sus intereses; por otro, la burguesía catalana, que dirigida por Cambó exigió del gobierno que convocara Cortes. Ante su netagtiva, los diputados catalanes se reunieron en Barcelona (julio de 1917) en una Asamblea de parlamentarios, a la que se unieron diputados liberales de otras regiones, exigiendo la convocatoria de unas Cortes constituyentes que prepararan el cambio de la estructura política del país.
Fijaros que podemos ver la gravedad del momento; la monarquía se veía en este momento atacada por tres fuerzas distintas: la burguesía, el ejército y el proletariado. La acción conjunta de las tres fuerzas hubiera muy probablemente ocasionado una revolución profunda, pero, en definitiva, la burguesía tuvo miedo de lanzarse a fondo y el ejército apoyó a la Corona, por lo que el movimiento obrero fue sofocado con relativa facilidad. Los hechos se sucedieron con rapidez: la UGT madrileña, contando con el apoyo de la CNT, declaró la huelga general revolucionaria (agosto), reclamando unas Cortes constituyentes. Pero los huelguistas fueron aplastados por el ejército en tres días y la burguesía pactó con la monarquí creando un gobierno de concentración, con Cambó como ministro, que prometió elecciones para 1918.
La grave crisis de 1917 había sido superada, pero los problemas continuaban en pie. Por otro lado, a partir de este momento el monarca tuvo una mayor participación personal y el ejército una mayor intervención en la vida política del país.