Desde sus inicios el arte de propaganda estuvo unido a la revolución. No se constituyó al margen, sino que fue la tendencia principal de todo el arte soviético durante el período revolucionario. Fue un arte que influyó en el desarrollo de las artes en general. Pretendió estar ligado a la sociedad y su objetivo primordial fue «construir la nueva sociedad». Fijaros que tuvo un papel fundamental en la elaboración de un nuevo modo de vida, en la educación y en la instrucción de las masas populares, así como la puesta en juicio de las antiguas formas de ver y sentir. Por eso el arte de propaganda soviético de la época revolucionaria podríamos decir que pertenece más al mundo de la ética que de la estética.
Existía en Rusia, en el siglo XIX, la idea de que el artista era un «maestro de vida», un promotor de las ideas generales sobre el mundo y al mismo tiempo era la persona que marcaba las tomas de posición morales en determinados temas. En la época revolucionaria el arte aumentó su capacidad ideológica y educativa y se convirtió en un medio de lucha política e ideológica, un instrumento de propaganda y de construcción de la nueva vida.
La revolución de octubre llevó a cabo una democratización de la cultura. Surgió un arte dirigido a toda la población, incluyendo a las grandes masas populares.
Al mismo tiempo, esta democratización de la cultura, tuvo sus consecuencias como fue un esquematismo ideológico y artístico, y por otro lado, el recurso a los géneros de masas como el cartel publicitario, la decoración, el teatro, etc. Ahora bien, hay diferencias muy importantes entre el arte revolucionario de propaganda y la cultura de masas de las sociedades actuales. Sus objetivos son radicalmente diferentes. El arte revolucionario de propaganda se opone al consumo. No busca halagar a las masas, no juega con el espectador ni trata de impresionarlo. Al contrario, busca un contacto activo y eficaz hacia quien se dirige, con el único fin de movilizar al espectador. Gracias a este arte de propaganda mucha gente tomó conciencia de la revolución que se había iniciado.
Por otro lado, los monumentos zaristas fueron eliminados, sus emblemas demolidos. Se rebautizaron ciudades, calles, barcos, etc. Al mismo tiempo empezó a surgir un nuevo tipo de monumento: la necrópolis revolucionaria, que se instaló en el centro de las ciudades. Allí es donde se pretendía eregir los monumentos dotados de una función social bien determinada.
Este arte monumental tomó sus ideas de la revolución, si bien durante los primeros momentos de la revolución el comisario Lunatcharski, propuso un programa más modesto: quería dirigir el esfuerzo hacia las artes aplicadas y dar a conocer a las masas populares las obras de arte y los monumentos ya existentes. Pero era irremediable que se volviese hacia el arte monumental. Por eso Lenin a principios de 1918, formuló la idea de propaganda por el arte monumental.