Como sabemos, la moral humana tiene un carácter inacabado y progresivo. Ahora bien, ¿existe progreso el progreso moral? ¿O más bien todo se reducirá a una simple sucesión de esfuerzos, atados como Tántalo a la roca de su inmovilidad?
Creo en el progreso moral. Y ello, al lado de esfuerzos fallidos, y hasta de pasos atrás, que obligan a recomenzar la reconstruccción de lo desmoronado.
Un cierto modo de medir el progreso sería la ampliación de la esfera social en la vida moral, en el sentido de que la moral pasase a regular cada vez más relaciones antes regidas sólamente por normas externas (derecho, costumbre, etc). Por ejemplo, el afecto o el amor deberían sustraerse a la esfera de la coacción exterior, para regularse por sí mismos.
Otro posible modo de apreciar el progreso moral, o alguno de sus grupos al menos, sería el atender a la elevación del carácter consciente y libre de la conducta -individual o grupal-, y por tanto la elevación de su responsabilidad. Otro ejemplo: es indidable que las comunidades primitivas no responsabilizaban a sus componentes, que dependían del hechicero intérprete de los designios divinos. Si hoy esto no ocurre, habremos progresado moralmente.
Y dado que todo progreso moral es diacrónico, necesita del curso del tiempo, habrá progreso cuando los códigos posteriores nieguen las imperfecciones de los anteriores, aunque conserven elementos morales básicos de estos. El reconocer la historicidad de los códigos no es relativismo. Antes al contrario, gracias a las limitaciones mismas de los códigos anteriores es posible una superación más correcta de los posteriores, los cuales habrían de incurrir en los mismos errores de sus precedentes, de no haber existido éstos.
Por lo demás, no se trata de defender que el último código moral sea el mejor, y mucho menos el óptimo, sino de reconocer que el curso del tiempo, capaz de curar las heridas, es también capaz de completar las perspectivas mejor que hasta entonces, del mismo modo que sería inútil pedri la misma madurez a un nió que a un adulto, y aunque reconozcamos que gracias a la niñez cabe la adultez.

Escrito por Oscar Cruellas

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