La relación entre la ciencia con las restantes manifestaciones de la cultura nos conduce a la indagación del método científico desde el mero análisis lógico hasta su posición en las grandes actitudes de la vida humana. ¿Cómo podemos comprender mejor la ciencia, desde la necesidad humana de transformar la realidad y la voluntad de dominio sobre ésta, o bien como expresión y realización culminante de la dimensión especulativa del hombre, que le lleva a desinteresarse de cualquier fenómeno de rendimiento utilitario?
Aristóteles insistió a este respecto en la idea de la contemplación desinteresada, en la comprensión de la teoría, como la más alta clave de la vida humana. La felicidad superior del hombre se encontraba en el ejercicio de la actividad contemplativa, dirigida hacia los objetos supremos, y el destino de la humanidad debía orientarse hacia la producción de una minoría que encarnara esta modalidad de existencia humana.
Por otra parte, muchos logros para el desarrollo de nuestra capacidad dominante sobre lo real se han conseguido por esta vía especulativa. Se ha dicho que el estudio de los grandes fenómenos de la naturaleza, encaminado a satisfacer nuestro deseo puro de conocer, nos había proporcionado el descubrimiento de las grandes energías, la electricidad, la energía nuclear.
El ideal de la universidad científica en el siglo XIX, irradiado desde Alemania, está presidido por esta concepción de la ciencia pura, la cual margina la investigación tecnológica y aplicada, como un tipo de ocupación inferior. Las escuelas técnicas son separadas del cuerpo de la Universidad. El sabio, carente de todo interés y sentido práctico, encarna en el mundo de la concreta existencia una figura correspondiente a dicha visión de la ciencia.
Por el contrario, las interpretaciones practicistas de la ciencia tacharán de idealismo a las representaciones que acabamos de nombrar. Desde esta otra perspectiva, la ciencia sólo es comprensible como expresión del esfuerzo humano de transformar la realidad. Así, las ciencias se han formado a partir de necesidades prácticas: medir los campos, encauzar las grandes energías hidráulicas, orientarse en la navegación,…. La necesidad ha agudizado nuestra capacidad perceptiva de los fenómenos reales y ha forzado su sistematización.
Ambas actitudes se manifiestan como unilaterales para comprender el hecho científico. Y ello no ya porque se sumen o yuxtapongan ambas instancias en la realidad viva de la ciencia, sino porque ésta, el hecho científico, constituye una actitud integradora de ambas.